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Friday, June 8, 2012

Tachín tachín


En diciembre de 2001, yo no salí a cacerolear. Se respiraba un clima de novedad inminente, como cuando hay esa humedad que tanto les gusta a las arañas.
Yo salí con una cámara, la cámara de mi viejo, una Voigtländer que espero heredar dentro de muchos milenios. Bahía Blanca, se sabe, no es una ciudad muy adepta a las manifestaciones - facha, lisa y llanamente, y trístemente célebre mundialmente por el pasquín local, que carga orgulloso con la característica de ser el único diario que sigue defendiendo la dictadura en democracia - pero algo se venía, estaba en el aire y esta vez no era la petroquímica.
Saqué algunas fotos ese día. La plaza Rivadavia estaba mitad llena mitad vacía, pero la parte optimista me sirvió para llenar las 36 fotos de mi rollo.
Cuando fui a buscar los resultados del revelado - esas sensaciones en la panza que se han perdido con la era digital- descubrí que la Voigtländer otra vez me hacía un corte de manga, o me decía, directamente, ignorante; el rollo no había "enganchado" y, por ende, las 36 fotos se habían expuesto en un mismo negativo.
No voy a mentir, me dio una bronca terrible y una frustración que casi me lleva a las lágrimas. Sin embargo, al rato pensé que esa foto multiexpuesta quizás tuviera más cosas que decir que sólo la palabra boluda. En efecto, la superposición de banderas argentinas con declamaciones varias, botas (siempre botas en Bahía Blanca) y el edificio de la municipalidad implicaba un sincretismo que de algún modo también aportaba una interpretación de aquel diciembre. Había en esa superposición algo muy genuino de lo que pasó a fines del 2001.
(Sé que ahora debería mostrarles la foto. Bueno, está en Bahía Blanca, por ahí. Algún día la escanearé y la postearé acá o en algún otro lado. Ya lo saben, si tuviera el ego suficiente, hace rato sería artista, pero no es el caso, jódanse)
En estos últimos días estuve pensando en esa foto "plurisignificante" - sí, aprendí esa palabra en la Universidad del Sur,  en Introducción a la Literatura -, en sus circunstancias, y en las continuidades y rupturas con el "cacerolazo" de los últimos días (y voy a seguir poniendo comillas por razones que ya explicaré)
En diciembre de 2001 la gente salió a la calle a reclamar por muchas cosas, entre ellas sus ahorros acorralados. Hubo gente que no pudo sacar la plata para ser transplantada y murió por eso, hubo gente que también - horror!- tuvo que veranear en playas argentinas ese año. Hubo gente que sacó sus ahorros a tiempo, porque le avisaron, esos siempre están.
Un año después, un periodista que tenía un programa en la tele y que responde al nombre de Jorge Lanata pero seguramente no es el mismo de ahora, puso al aire un informe en el que una nena, Barbarita, lloraba de hambre en Tucumán. Nadie salió a cacerolear por eso.
Ahora, 10 años después, grupos de personas agarran lo que encuentran a mano en la cocina y se juntan en la plaza a hacer ruido para poder comprar dólares. Lo siento, me resisto a decirle "cacerolazo" a eso, como también pensaría que - ay de mi cabecita alocada- si pusieran las patas en la fuente sería para prepararse para la pedicura y no un acto de resignificación peronista. Pueden patalear, hacer tachín tachín y subir sus fotos de plano corto a la red social que quieran, pero eso no es cacerolazo. Para eso les está faltando gente, no sólo en número, sino gente diferente a ustedes.
Algo tiene que quedar claro: es muy probable que entre esas personas haya alguno que también caceroleó en el 2001 porque no podía cambiar el auto con sus ahorros acorralados. ¿Es lo mismo?  Bueno, no... aunque tal vez sí, un poco...
Para decirlo más corto, (oli)garcas hubo siempre, y siempre los habrá. Los dueños de cada país, esa clase que está siempre por detrás de todo proceso democrático (no lo digo yo, lo dice Rancière, y mucho más lindo que yo). Gente que mide el progreso por hectáreas, o toneladas de soja. 
¿Tienen derecho a quejarse? Y sí, eso es innegable, tienen derecho a manifestarse, a expresar su opinión, es parte de esa democracia en la que vivimos. ¿Es eso que hacen un cacerolazo? Mmmmmm....
Hay que entenderlos, también. Parte de esa gente está un poco desorientada, ya que en otros momentos históricos no tenían ni siquiera que ponerse a buscar dónde guarda la muchacha los adminículos culinarios. Pasa que ahora el número de las botas se encuentra desconectado o fuera del área de cobertura (por suerte!, bah, por gestión!)
Todo esto me lleva a pensar, de vuelta, en la indomable Voigtländer de mi viejo. Si pudiera estar en Argentina, saldría con esa cámara de nuevo. Quizás esta vez, con los años, podría enganchar bien el rollo. Quizás no, al fin y al cabo llevo años sacando en digital. De cualquier modo, me resulta muy difícil imaginar que en la foto revelada se pudieran ver los distintos matices que había en la del 2001.
Cacerolazo, señores, no significa solamente gente estrellando artefactos de cocina, o, al menos, no es ése su único requisito. No tengo nada, absolutamente nada, contra la libertad de expresión. Sí, sin embargo, con la perversidad innata en querer vender algo como lo que no es, en hacer pasar gato por liebre, o tachín tachín por protesta popular. Pueden estar indignados con el gobierno, entiendo que razones les sobran. Pero eso no les hace ser indignados. Hasta mis alumnos de primer año de español saben reconocer la diferencia.