(lo publico hoy, pero lo escribí antes de que empezara el Mundial. Lo van a notar sobre el final, que rezuma un optimismo que claramente nadie tiene en el día de hoy)
Luego del partido Argentina-Haití, y luego de la goleada del 4-0, Messi pareció poner paños fríos a la expectativa ante Rusia. “No somos los favoritos”, dijo.
La apreciación es, sin dudas, correcta y justa. La selección no clasificó de la manera más cómoda, como sí lo hicieron muchos de sus rivales más clásicos, más allá de las sorpresas como el caso de Chile o Italia. ¿Está Messi abriendo el paraguas? ¿Nos está preparando para un fracaso?
Bueno, sí, y también no.
La declaración de Messi viene a contrarrestar una fantasía argentina que lo tiene como el capitán de un equipo que tiene que ganar, porque no hay nadie mejor que nosotros, aunque no hayamos conquistado un Mundial desde México 86. Poco importa que en el Mundial pasado hayamos quedado segundos. Nadie recuerda eso. Perdimos. Punto.
Sin embargo, más allá de clarificar lo obvio, la categorización de Messi puede también relacionarse con morigerar un estereotipo que lo tiene como único protagonista. Así, haciendo gala de una humildad explícita - ojo que nosotros no somos lo que pensamos que somos, es bastante peor - Lio también elige sacudirse la carga de ser el mejor porque es Lio.
En el año 2011, el psicólogo Claude Steele publicó un libro llamado Whistling Vivaldi - Silbando Vivaldi - en el que analizaba los estereotipos activos en la sociedad americana. A través de experimentos interesantísimos, Steele y su equipo enfrentaba a voluntarios a los estereotipos consabidos sobre su raza o género – por ejemplo, que los atletas blancos son siempre peores que los negros, que las mujeres no le pisan los talones a los hombres en capacidad matemática, y así – para medir algo muy curioso, que Steele acuñó como “la amenaza del estereotipo”.
Según el científico social – que ha trabajado en Berkeley, y actualmente está en Stanford –, todos conocemos, aunque no estemos de acuerdo, los estereotipos de los que somos objeto y, llegado el caso en el que individualmente estemos enfrentados a una situación en la que ese estereotipo esté en juego - un examen de matemática en una clase de hombres y mujeres, por ejemplo- es muy posible que la persona sienta que si da un paso “en falso” – si es mujer y no saca la mejor nota, por seguir el ejemplo – contribuirá a que ese estereotipo se solidifique. Por supuesto, las situaciones resultan tan diversas, como la cantidad de identidades sociales que se tenga, pero quien más quien menos todos en algún momento hemos reaccionado frente a lo que pensamos que se esperaba de nosotros (por ejemplo en este momento tengo la fiel certeza de que estoy aburriendo con esta referencia).
El caso particular que da título al libro de Steele es significativo. Como sabemos, las tensiones raciales en Estados Unidos son un drama histórico que muchas veces se trata de alivianar u ocultar, pero que permea las actividades cotidianas, desde el comportamiento de los guardias de seguridad en un supermercado hasta los incontables casos de brutalidad policial, en los que jóvenes afroamericanos terminan siendo asesinados sólo por portación de cara. Hace poco, por ejemplo, hubo incluso un escándalo en la cadena Starbucks, que llevó a la compañía a cerrar sus locales para dar un curso de “diversidad” a sus empleados.
En el caso de Brent Staples, un estudiante afroamericano en Chicago en el momento de la anécdota, la situación es la misma. Al caminar por Hyde Park, Brent notaba como las personas blancas o cambiaban de vereda o se tensionaban visiblemente al cruzarse con él. Al punto tal, que el joven empezó en un momento a evitar calles concurridas, ya que comprendía que su sola presencia alteraba y ponía en guardia a los transeúntes. Por supuesto, esta incomodidad también lo afectaba a él. No toma mucho imaginar qué sentiría uno si por su sola presencia el resto de la gente se sintiera amenzada, ¿no? (si es no, sientesé y piénselo un ratito, seguro le sale).
La cuestión es que, para aflojar el estrés del que él también padecía, Brent empezó a silbar. Cualquier cosa, lo que se le viniera a la cabeza. Y resultó que silbando era bastante bueno. Y resultó también que, a lo que era bueno, podía silbar canciones de los Beatles o incluso las cuatro estaciones de Vivaldi de oído y bastante bien (o eso dice él, pero no tenemos motivos para no creerle).
Ese silbido, el hecho de estar demostrando que compartía un código de la mal llamada “alta” cultura se tradujo no sólo una herramienta de relajación, sino que vino a solucionar sus interacciones con la gente que se cruzaba. “Probablemente la gente en la calle ni siquiera se diera cuenta que era Vivaldi lo que él silbaba, pero sabían que lo que silbaba era música clásica” analiza Steele. Se lo percibía de manera diferente, ya no como una persona peligrosa que seguro te iba a querer robar, sino como un joven simpático que sólo pasaba por ahí. Alguna gente incluso empezó a sonreírle, recuerda Staples. De esta manera, el hecho de silbar Vivaldi le permitió superar la amenaza del estereotipo que pesaba sobre él. De manera inconsciente, la gente al escucharlo desechó los preconceptos con los que cargaban en favor de "ver" lo que estaban escuchando en ese momento.
El libro de Steele se demora en este tipo de procesos; hace una crónica de casi toda su carrera de investigación al respecto, con las vicisitudes propias de la academia, pero relatado con un estilo refrescantemente ameno. Su punto es que siempre vamos a estar expuestos a lo que “se dice de nosotros” (y reemplace en ese nosotros cualquier grupo al que usted pertenezca), y por ende siempre vamos a enfrentarnos a ese momento incómodo en el que sabemos que es probable que encima confirmemos eso tan injusto que se ha aceptado. Sin embargo, nos recuerda Steele, no todo está perdido, y existen estrategias mínimas que, si bien no dan por tierra con el estereotipo, sí pueden ayudar a disipar la tensión que generan en ocasiones puntuales.
Y eso es, de alguna manera, lo que está haciendo Messi con su comentario. No siempre los estereotipos son sobre cualidades negativas, aunque eso no implique que sus consecuencias no lo sean. En el caso de la selección argentina en general, y de Messi como metonimia de ella, abundan las declaraciones del estilo “son los mejores”, “son los más caros”, etcétera. Lo que Messi dice cuando afirma que no somos candidatos es más que una certeza comprobable. Messi nos está silbando Vivaldi. Relajémonos, entonces, y tratemos de ver las cosas como se nos muestran, y no como queremos imponer que sean.