Todo muy normal... |
Tratá de dormir después de esto... |
Uno de los aciertos de Historia de un clan, es,
justamente, ese; no sólo intenta ser una recreación ficcional - y qué inmenso problema tienen los sabelotodos wikipedianos de los comentarios online con esa caracterización, che! - de los crímenes del clan Puccio, sino que, a su vez, aprovecha esa libertad para jugársela con momentos de un lirismo visual absoluto, como éste a mi izquierda. La escena es aterradora, pero no sabemos bien por qué - bueno, sí sabemos, pero no hay nada a priori que nos lo indique - y ese es, de hecho, el poder que tiene, no sólo dentro de la narrativa de la serie, sino como metáfora cultural, si se quiere. En la escena no pasa mucho. Este personaje siniestro tararea una marcha fúnebre, mientras el secuestrado llora ante semejante visión. La violencia no es explícita, sino latente, y, de alguna manera, representa la cotidianidad del horror durante la dictadura, y la joven democracia. Tenemos la familia feliz arriba, y el horror siempre en el sótano (también, si quieren, pueden adentrarse en una lectura freudiana a lo Zizek con el tema de los espacios y el subconsciente; hoy a mí no se me da la gana). La serie, en definitiva, es un gran acierto del clan Ortega, famoso ya por sus coqueteos con la oscuridad - pensemos en Tumberos y el umbanda, por ejemplo - aunque también, todo sea dicho, en esa ambigüedad que les encanta mantener - no sólo la violencia está latente y presente, sino también la sexualidad en todos sus matices; incesto, estupro, violación, calentura lisa y llana - se les escapan ciertas referencias que quizás no sean obvias para un público más joven (y quizás no sea inocente tampoco; habría que ver qué vínculos tiene el papi Ortega con los milicos, ya que gran parte de su masiva carrera se desarrolló a la sombra de los apremios ilegales. En fin).
Esas referencias es el guante que levanta Trapero y las hace por demás explícitas en su película del mismo tema y del mismo año. En El Clan, no se escatiman escenas que muestren a Arquímedes Puccio en oficinas plagadas de militares durante el proceso, como tampoco se deja a la doble interpretación la conexión entre su impunidad y el visto bueno de la comandancia, al punto tal que se construye como hipótesis de caída del clan el haber secuestrado a alguien equivocado, es decir, a una persona que ya estaba en negocios con los militares, por lo cual era inaceptable que la codicia de Puccio la tocara. Durante este último secuestro, Puccio recibe una llamada de un "comodoro" que nunca se nombra más que por su rango en la película, intimándolo a que le diga si él tiene a la víctima y que si es así la libere. El secuestrador entiende que se ha excedido en su crédito de favores, y de alguna manera sabe que está desprotegido, pero el rescate, se supone, será el más grande de su historia, así que le parece un mal menor. La película, entonces, no se anda con vueltas para mostrar que el final del clan obedece a que los militares le sueltan la mano, y no a un secuestro mal hecho.
En serio, parece que esta gente existe. |
Por lo demás, el horror está condensado en ese cuerpo medio muerto que rescatan del sótano, al que le dan de fumar y exhala por sí mismo el humo, sin poder siquiera usar los músculos faciales. Trapero, fiel a su estilo, nos da la versión sin edulcorante, desde lo narrativo pero también desde lo estético; acá los jóvenes son lindos pero no tanto - sin el exceso de lotería genética del que la serie hace gala -, los viejos tienen la edad que tienen que tener, y las esposas de años no son Cecilia Roth.
Trapero, además, no se detiene en las crisis ni los vaivenes culpógenos de Alejandro Puccio, el hijo mayor - tiene menos tiempo, eso también es cierto, la película dura menos de dos horas, y la serie tiene 11 capítulos de 45 minutos cada uno - sino que va a la acción sin miramientos. Las mujeres, a diferencia de las de la serie, no son boluditas ensimismadas en su propia belleza, o en sus dudas homoeróticas, sino que perciben claramente lo que pasa en el sótano de su casa - otro detalle de hiperrealismo tan tremendo como verídico; la radio a todo lo que da durante días y noches, espejo de las que se usaban en los centros clandestinos de detención, de acuerdo con los testimonios del Nunca Más - , y piden explicaciones a los gritos, mientras Epifanía Puccio corta una pata muslo para "el tipo" que alimenta su marido.
Todo esto viene a cuento por una fascinación - mía, ok, pero también bastante extendida, eh?- por los crímenes que podríamos llamar "híbridos"; es decir, no pertenecientes al terrorismo de Estado, o, al menos, no completamente. No es casual que dos producciones traten el mismo tema, más allá de quién haya primereado a quién, ni tampoco que se esté produciendo un musical sobre Yiya Murano, la célebre "envenenadora de Monserrat". Las revistas clásicas como Gente, devenida en la década del 90 a revista "del corazón", volvió a tener entre sus páginas las fotos de archivo de los Puccio, al hijo de Yiya, en incluso a una parodia de entrevista con Carlos Robledo Puch, que ni lerdo ni perezoso aprovechó la volteada y dijo que si salía la mataba a Cristina. No pudo ser, Carlitos, pero no deja de erizarme los pelos tu lectura de la realidad nacional.
No me extrañaría para nada que la próxima sea la historia de Carlos, y aquí les dejo el casting solucionado, por cierto:
Si a este pibe no lo ponen a hacer de Robledo yo ya no sé... |